¿Por qué leer?



En este #DíadelLibro quiero compartir un ensayo que escribí el año pasado sobre por qué leer. Espero que disfruten sus lecturas y sigamos promoviendo la cultura y las artes, que tanto bien nos hacen.
 
 
¿Por qué leer?

¿Por qué leer? ¿Para qué gastar el tiempo en descifrar ideas de un pasado extinto en vez de aprovechar al máximo el presente? No es fácil convencer a quien jamás se ha formado el hábito de que la lectura no es un fatigoso ejercicio de concentración mental, sino una forma de enriquecer el alma. No es fácil, porque en el mundo de la inmediatez en que vivimos, de la anestesia sensorial y del utilitarismo, existen infinitos estímulos que ofrecen placer instantáneo. Los llamados gustos adquiridos, que involucran un esfuerzo inicial por deconstruir el paladar para apreciar las incontables notas del dulzor oculto, quedan relegados a segundo plano. Las sociedades occidentales se asemejan hoy a un adolescente y, como diría Calvino, «las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida», (Calvino, Por qué leer los clásicos). El desafío inicial está en disciplinar el hábito de leer, en entrenarlo pese a la tecnologización de todo lo que involucre esfuerzo, y es por eso que es relevante refrescar los beneficios que la lectura le da al ser humano.

«Comprender el sentido de cualquier tipo de representación gráfica», esa es la segunda acepción que da la RAE al verbo leer. Me gusta e identifica más que la primera, «pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados», pues comienza con la base de comprender en vez de pasar la vista, e incluye cualquier representación gráfica. La lectura está, de este modo, en una íntima relación con la escritura, con la plasmación de una idea o concepto a símbolos gráficos codificados en un lenguaje, que funciona como un eje articulador entre la expresión y comprensión de la misma idea. Y aquí radica mi fascinación por el binomio escritura-lectura, en la posibilidad de comprender exactamente la misma idea que alguien pensó en cualquier punto del pasado y a partir de ese punto instruirme de una fuente ilimitada de conocimiento colectivo.

Pero la lectura es mucho más que lo obvio, adquirir conocimiento teórico, es conectarse con el mundo platónico de las ideas. Ahí fluye naturalmente el alma desprovista de su jaula corporal y recorre a libre voluntad mundos que no están atados al tiempo lineal ni al espacio tridimensional. La lectura transporta la mente a ese lugar donde somos invulnerables a lo externo, a nuestra imaginación, y cada vez que leemos fortalecemos ese nexo entre lo físico y lo mental. Leer funciona como un entrenamiento para ingresar a esta vía de escape, para hacerla accesible si el mundo sensible se vuelve adverso y, como una tortuga, poder refugiarnos en nuestro interior.

De la imaginación surge también la creatividad. Muchos artistas relatan haber visto en su mente un cuadro antes de pintarlo. Richard Bach describe en las palabras finales de Juan Salvador Gaviota: «¿Cómo es que, de pronto, una historia empieza a tomar forma en nuestra mente? Los escritores que aman su oficio dicen que el misterio es parte de la magia. [...] Las historias no se tejen con fórmulas ni gramática, sino que surgen de un misterio que se adueña de nuestra silenciosa imaginación». Pablo Chiuminatto, un doctor en filosofía de la Universidad de Chile, indica que «cuando pensamos en imaginar, pensamos en una actividad que para el cuerpo humano es físicamente imposible de realizar. Esto es: volar. Volar no necesariamente implica estar arriba o abajo, sino más bien en un estado elevado y de desplazamiento constante que permite la extensa y libre observación de fenómenos que, desde la perspectiva terrestre, son ignorados o resultan poco excitantes». Leer es traducir el mensaje codificado y dejarlo volar en la mente.

El lenguaje escrito, por ser pensado, repensado y corregido, goza usualmente de una precisión mayor que la del lenguaje hablado. Las ideas con las que se toma contacto vienen pulidas y depuradas. Resulta fácil identificarse con ellas. En ocasiones, leyendo, he comprendido la raíz de algún problema que me acongojaba puesto que alguien ya se había enfrentado a él, lo había racionalizado y resuelto. «Si lees, separas mejor el grano de la paja» (Sanz, Razones para no leer). ¡Y es que considero fundamental la lectura en el camino del autodescubrimiento! Así como se puede usar una máquina sin haber leído el manual de instrucciones, sólo en la sinergia de lo práctico con lo teórico se puede obtener el máximo potencial. Leyendo las advertencias podemos evitar errores ya cometidos en el pasado, y leyendo modelos fructuosos podemos buscar el que más se ajuste a nuestras necesidades. Sería fácil caer en las trampas de una distopía totalitaria si no hubiesen existido Huxley ni Orwell. Leer funciona como una buena aproximación para conocer sin los obstáculos de experimentar, como un preámbulo que nos permite exacerbar el goce cuando logramos un cometido y, a la vez, como una sabia advertencia que guía nuestro camino.

Y para el último he dejado el más exquisito y carnal de los placeres de la lectura: la entretención. ¡Es que incluso si las pretensiones de sabiduría, autoconocimiento y desarrollo intelectual son demasiado esnobs, un best seller también entrenará el músculo de la lectura! La imaginación igual volará tratando de resolver el asesinato y el corazón igual acelerará su palpitar cuando dos amantes consumen su amor. Leer también es distracción, es introspección al mundo de la imaginación, donde la gráfica puede ser tanto más vívida y gratificante que la del cine, la complicidad que puede lograr un personaje con el lector puede generar la fusión de ambos, y la perdurabilidad de esa unión enriquece enormemente al espíritu humano.

No hay nada que temer, sólo hay que leer.


Mario Isamitt, noviembre 2019

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El suicida

Turbulencia